Amiga, estamos a 2025. Y aunque a nivel de derechos y libertades aún hay mucho por conquistar, lo del amor romántico ya está superado, ¿no? Lo de besar al sapo del cuento, el vivir felices para siempre, la media naranja… Estamos de acuerdo en que el amor es eterno mientras dura y que (mil perdones, Amaral) sin ti no soy nada soy yo. Este pensamiento es el eje de nuestra nueva colección Rockmantic, pero no seremos nosotras las que te hablemos de las trampas del amor romántico, vamos a dejar que lo hagan cuatro pioneras que nos advirtieron de esas trampas hace mucho tiempo, ¡algunas hace 4 siglos! Aprendamos de ellas, y seamos más Rockmánticas.
La trampa del amor romántico
Solo unas líneas para dejar clara nuestra postura (ojalá también la tuya). Eras pequeña, y veías en la película de turno que el amor era una recompensa por todo lo que la protagonista había sufrido y soportado. En cierta manera, lo vimos también en casa: interiorizamos conductas en las que se nos enseñaba a poner antes las necesidades de nuestra pareja hombre, a “hacer todo por amor”. El amor romántico tiene una base patriarcal, y dentro de él las mujeres estamos en desventaja: es una entrega que se convierte en fusión, dependencia y sumisión. Perpetúa la desigualdad.

Para salir de la trampa del amor romántico tenemos que dejar de dar por sentado todo lo que nos ha dicho que tiene que pasar cuando amamos; el sufrimiento, los celos, el control. Si no se siente bien, no está bien.
Seamos más Rockmánticas como Juana Inés de la cruz
Parece increíble, pero ya hace más de 300 años, en una época donde el papel de la mujer estaba reducido al silencio, Juana Inés de la Cruz alzó la voz sobre el amor con una lucidez brutal. Criticaba ese “amor” cargado de sacrificio, dependencia y sufrimiento que todavía de vez en cuando se nos vende como ideal.

En su famoso poema “Hombres necios que acusáis”, Sor Juana critica con ironía y firmeza la hipocresía masculina: esos hombres que exigen castidad pero buscan placer, que reclaman entrega pero desprecian el compromiso. Ella ya veía cómo el amor era una trampa cuando se construía sobre el control, la doble moral y la desigualdad.
Lo más potente es que lo decía desde la experiencia de una mujer que decidió no casarse, no tener hijos y dedicarse al saber —algo revolucionario incluso hoy. Sor Juana no hablaba solo de hombres, hablaba de un sistema que sigue funcionando así: donde amar significa perderse a una misma.
Recordarla y leerla es un acto político, porque ella ya sabía lo que hoy intentamos desaprender: que si el amor duele, no es amor.
Virginia Woolf y el mito del amor que todo lo puede
¡Seamos Rockmánticas como Virginia Woolf! Si pensamos en mujeres que desarmaron mitos, ella está en primera fila.
Para Virginia, el amor —al menos el amor que se esperaba de una mujer— era una trampa disfrazada de ideal. En sus ensayos (especialmente en Una habitación propia) plantea que una mujer difícilmente puede crear o incluso pensarse libre si está completamente absorbida por las exigencias del “amor” entendido como entrega absoluta.

Ella no decía que no se pudiera amar, pero sí advertía que cuando el amor implicaba anularse, silenciarse o postergarse siempre, entonces no era amor, era opresión con flores. Ella misma vivió amores intensos, complejos, muchos fuera de la norma, pero siempre defendiendo la necesidad de espacio propio, de independencia mental y económica.
Hoy sigue existiendo cierta presión de que sin pareja no estamos completas, aunque empezamos a interiorizar que no se trata de olvidarnos de nosotras mismas. Ese sentirnos mal cuando tenemos la vida resuelta laboralmente pero sentimentalmente no; es la culpa social inculcada que se nos da desde pequeñas. Virginia ya decía que para ser verdaderamente libres, necesitamos dejar de idealizar ese amor. Leerla es darnos permiso para amar sin perdernos. Para elegirnos sin culpa.
Seamos Rockmánticas como Aleksandra Kolontái
Si hablamos de amor, pocas figuras son tan potentes (y tan olvidadas) como la revolucionaria rusa Aleksandra Kolontái. Ya a principios del siglo XX estaba diciendo cosas que aún hoy incomodan: que el amor, tal como nos lo han enseñado, es una herramienta de control.
Para Kolontái, el problema no era amar, sino cómo el amor romántico tradicional encerraba a las mujeres en la dependencia, el sacrificio y la renuncia personal. Ella hablaba de cómo el amor burgués —ese de la exclusividad, los celos, la posesión— estaba diseñado para mantenernos alejadas de la autonomía. Porque cuando una mujer centra su vida en el amor de pareja, se le dificulta luchar por su libertad, por su deseo, por su proyecto político y vital.

Pero lo más interesante es que no proponía un mundo sin amor. Al contrario: soñaba con un “amor camaradería”, donde el afecto no implique desigualdad ni sumisión, sino solidaridad, libertad y respeto mutuo. Un amor que no anule, sino que acompañe. Y la mujer que creía en él, y no hacía del amor exclusivo su prioridad, era una mujer nueva. Nos decía que otro amor es posible, uno donde no tengamos que elegir entre amar y ser libres.
Rockmánticas del pensamiento moderno
Grandes voces del feminismo como Simone de Beauvoir o Audre Lorde, proclamaron que las mujeres somos educadas para amar como forma de escapar de nosotras mismas. El amor, cuando se convierte en destino, deja de ser elección. Y cuando amar significa desaparecer, dejar de tener proyecto propio, ¿qué clase de amor es ese?

No se trata de rechazar el amor, sino de invitarnos a pensar en la autosuficiencia, en el amor propio, y en no poner nuestra vida en pausa esperando a alguien que nos venga a “completar”. No se trata de dejar de amar, sino de reinventar cómo amamos. Y eso, incluso hoy, sigue siendo profundamente revolucionario.

Reflexionemos. Construyamos relaciones más igualitarias, justas y liberadoras, donde la autonomía y la autodeterminación de cada persona sean valoradas. Por nuestra calma, felicidad y seguridad relacional. Y como respeto a todas las que lo proclamaron mucho antes que nosotras. ¡Seamos más Rockmánticas!